viernes, 22 de junio de 2012

I VCUF - 2012, o "un plato de callos..."















            Esta crónica y la propia Ultra está dedicada a mis padres y a Mar, sin los cuales esta locura no hubiera sido posible.
Gracias.


PRIMER DÍA

Viernes 8 de junio a las siete de la mañana. ¿Qué hacemos veintitrés “valientes” con dorsales en la plaza del campanario (Plaza de Santa María) del municipio de Puigcerdá? Pues ni más ni menos que enfrentarnos a una carrera de montaña non-stop y en semi-autosuficiencia de cerca de 200 km (215km exactamente estaban previstos) y 18.000 metros de desnivel acumulado, la I Volta Cerdanya Ultrafons.



Hace cinco días esto, por distintas circunstancias, se salía de mis planes… y sin embargo ahora me encuentro aquí casi de forma improvisada, dispuesto a tomar la salida de la primera prueba de estas características en geografía hispano-francesa.



Este ultra-trail es único en muchos sentidos… como dirá Juan, que será uno de mis compañeros de fatigas durante la ultra, normalmente eres tú el que vas a desearle a los favoritos o a los campeones suerte en la carrera, y aquí es al contrario: el campeón del mundo Kilian Jornet viene por la mañana temprano a la salida y nos desea suerte a nosotros para lo que se nos viene encima; todo un privilegio.




Más caras conocidas: Francisco Contreras “Superpaco” de ni más ni menos que 74 años, con el que ya he coincidido en cuatro ocasiones en los 101km de Ronda, se encuentra junto con su hijo Francisco en la salida dispuesto a meterse entre pecho y espalda esos cerca de 200km con su indumentaria “deportiva” habitual: pantalón largo, camisa de botones, sombrero de paja y garrotes de madera a modo de “bastones telescópicos”. Recuerdo las risas que nos arrancaron sus palabras en el briefing del día anterior cuando le preguntaron hasta dónde iba a llegar en la VCUF:  "Bueno, esto es como un plato de callos; yo como y cuando me canso, los dejo…”.







Me hago una mítica foto con Kilian y con Francisco Contreras, Super Paco -sólo por esta foto ya merece la pena haber venido hasta aquí-, y me dirijo a entregar las dos bolsas al a organización para que las lleven a Martinet y a Malniú.







Tengo la sensación de hacer Historia… no había participado nunca en la primera edición de una ultra, y tenía ganas; por fin lo he conseguido, ¡y de qué manera!, inscribiéndome a una de 215 km ni más ni menos. Por quién la organiza, por su gran distancia, por su vocación internacional, espero y creo que esta prueba terminará convirtiéndose en un referente; y si es así, podré decir que soy uno de los veintitrés “valientes” (palabras del propio Kilian) que tomaron parte en la primera edición, casi me siento como uno de los “padres” de la prueba…



El día anterior en el briefing nos han informado de que el recorrido se ha tenido que modificar por algunos problemas insalvables con la burocracia francesa… de los 215 km iniciales nos quedamos en unos 188km; lo que nos contraría a todos los participantes, que buscábamos superar esa barrera de los dos centenares de kilómetros. En compensación, la organización (su trato durante toda la prueba es fenomenal, casi familiar) nos informa de que el año que viene estamos invitados en la inscripción a la segunda edición, algo que agradecemos todos… aunque bien pensado, y teniendo en cuenta la distancia de la prueba, ¡no sabe uno si tomarse esto como un regalo o como un castigo…!






Tras hacernos las fotos de familia, Kilian nos da la cuenta atrás y ¡listos!, ya estamos corriendo por las calles de Puigcerdá mientras un vehículo policial nos abre paso y escolta. Los primeros kilómetros apenas se notan , va uno saludando al público que observa, chocando la palma a algún niño por el camino… y cuando nos queremos dar cuenta, ya estamos fuera del municipio y empezamos a coger campo, que es de lo que se trata.



Los primeros kilómetros los corro con el grupo de cabeza; voy bien y sé que no estoy malgastando fuerzas. Sin embargo más adelante y con las primeras cuestas soy consciente de que no debo forzar –tenemos 1200 m de desnivel positivo delante para empezar- y voy quedando atrás de dicho grupo. Así, me junto con Joan, con el que había coincidido el día anterior en el briefing y que me había hecho el favor de venirme a recoger a mi hotel por la mañana con el coche para subir a la salida de la prueba. No nos separaremos hasta más de ciento cuarenta kilómetros después.




Al poco rato se une al grupo –y ya somos tres- Juan, de Castellón. Hacemos un grupo bastante compacto que hará el ochenta y cinco por ciento de la prueba junto; formaríamos un buen equipo si algún año se abre esa modalidad.


De los tres soy el que más experiencia tiene pues soy el único que ya ha superado en alguna ultra anterior la distancia de las cien millas. Juan se ha inscrito a esta prueba con las mismas motivaciones que yo, por ser la primera edición de una ultra única. Joan me había sorprendido antes diciéndome que se había inscrito a esta prueba porque le parecía “asequible” ¿¿¿¿????, y anteriormente no había hecho más de 85 kilómetros…




En fin, los primeros kilómetros van pasando tranquilamente, estamos frescos y queda mucho camino por delante… subidas y bajadas en lo que será la tónica de la prueba; pasamos por Pla de les Forques, bajamos a la Molina, subimos hasta un avituallamiento líquido y después continuamos una dura subida hasta los 2000 m de altitud, donde entre frío y viento nos encontramos un control.




 Lo siguiente es un fuerte descenso de 1000 metros que acometemos a toda velocidad entre sendas y pistas de esquí hasta llegar al kilómetro 34, a Alp. Allí encontramos el primer avituallamiento importante en el que quizá nos paramos –como en el resto que vendrán después- demasiado tiempo; pero vamos bien, llevamos unas dos horas y media de ventaja sobre los tiempos de corte. Emprendemos de nuevo la marcha cuando vemos llegar, ante nuestra sorpresa, a un imparable Superpaco que aparece corriendo como si acabara de empezar la prueba con los garrotes enganchados en las manos y sonriendo…



Cogemos una pista forestal que pasa por detrás de unas urbanizaciones y continuamos nuestro camino, atravesando unos túneles o tuberías que nos producen un cierto mareo por el efecto visual que provocan los anillos que los conforman interiormente al atravesarlos casi a oscuras. Continuamos subiendo por una pista, llegando más tarde a Nas, que se encuentra aproximadamente en el kilómetro 52. Hace un rato que he empezado a notar molestias en la pierna izquierda, y eso no me gusta: la última vez que me pasó fue hace un año en la Ehunmilak de 168 km y terminé la prueba cojeando y con un esguince.



Ahora afrontamos una bajada en la que tenemos que atravesar unas cuatro o cinco veces un torrente de agua, para ascender después por una pista asfaltada hasta llegar a Montellá. Continuamos nuestro camino por un sendero antiguo que pasa por unas masías subiendo a Estana, donde un señor nos ofrece pan con tomate y longanizas que sabe a gloria (yo repito un par de veces).



A continuación descendemos muy rápidamente pasando por Beisec, un pequeño pueblo donde nos dan galletas con nocilla y desde donde nos acompaña corriendo un niño durante un kilómetro hasta que más abajo le recoge su padre con el coche para volverle a subir y repetir el recorrido con los siguientes corredores.



El final de nuestra alocada bajada lo hacemos casi a oscuras, porque nos hemos empeñado en llegar a Martinet (km 82) de día, y aunque acaba ahora mismo de anochecer seguimos corriendo rápidamente y no sacamos los frontales. Se puede decir que llegamos allí cuando cae definitivamente la noche, tras una buena carrera casi a oscuras en la que tras algún tropezón hemos estado a punto de terminar de bruces en el suelo.



PRIMERA NOCHE



Este es el primer punto importante de la prueba: aquí hemos podido dejar una bolsa, hay avituallamiento sólido, y se puede dormir. Juan aprovecha para curarse las ampollas que le han salido con el botiquín que le trae su mujer, con la que hemos coincidido en varios puntos del camino cercanos a los avituallamientos en los que ha aprovechado para sacarnos alguna foto. Yo procuro abrigarme, comer, y copiar el perfil de la prueba que lleva Juan sacado del último track que nos ha mandado la organización el día anterior, con las modificaciones finales; pues el que llevo yo es anterior y me puede servir como cierta referencia pero no se ajusta del todo a la realidad. También aprovecho para dar casi las primeras noticias de mi situación por facebook, algún mensaje de móvil y hasta una llamada infructuosa.




Es de noche, hace frío, y debemos reemprender el camino. De nuevo me da la sensación de que hemos permanecido demasiado tiempo en este avituallamiento, pero me repito que no he venido a competir sino a terminar y no le doy demasiada importancia; al fin y al cabo la barrera horaria en este punto –cierre de control- es las 06:00 del día siguiente y nosotros hemos llegado varias horas antes. Me preocupan mucho más las molestias en la pierna izquierda, que cada vez son mayores.



Nos espera una subida por la noche de 1200 m de desnivel positivo. Pasamos primero por un camino antiguo que cruza una carretera secundaria unas tres veces, subiendo a Lles de Cerdanya donde nos encontramos un pequeño avituallamiento.



Continuamos subiendo por un bosque, por las pistas de Aransa, pero esto no termina de ascender… tenemos que llegar a los 2100 m de altitud y el terreno que nos hemos encontrado ha ralentizado mucho la marcha: constantemente topamos con arroyuelos, con suelo encharcado y embarrado en el que hay que pararse para pensar bien dónde da uno el siguiente paso, y eso sin ver demasiado bien porque es de noche y sólo contamos con la luz de los frontales. Pisar mal puede significar empaparse el pie y eso no es nada recomendable con las bajas temperaturas que hacen ahora. Para rematar, durante un tramo anterior he perdido mis guantes, aunque Juan me deja otro par que llevaba de repuesto en la mochila.

 
 
 
En un momento del camino nos encontramos una situación algo extraña: vemos aparecer un vehículo todoterreno con un remolque lleno de panales de abejas del que se bajan dos personas con mono y una chica que nos saludan. Todo esto en medio del bosque, en medio de la noche… tras una breve conversación con ellos –en que la chica nos indica que es del “pueblo de la marihuana”- continuamos nuestro camino ascendente con la duda de si lo que hemos visto es real o el cansancio y el sueño está ya haciendo demasiada mella en nosotros.



Por fin parece que dejamos de subir… nos topamos con un grupo de guardias civiles con sus vehículos que nos indican por dónde seguir; lo siguiente es una pista forestal en la que el sueño nos puede a los tres, de tal manera que vamos avanzando como zombies dando tumbos, en zigzag, de un lado a otro del camino. Trato de luchar contra el sueño pero es imposible, me mojo la cara, abro enérgicamente los ojos, pero al rato se me vuelven a cerrar…



Optamos por parar un momento y sentarnos a dormitar pero a pesar de que ya nos hemos puesto todas las prendas de abrigo que llevamos –camiseta de manga corta, segunda capa, chaqueta impermeable, gorro, guantes, pantalón impermeable, braga…- el frío nos puede y a sugerencia de Juan optamos por continuar.



Los efectos del sueño hacen mella en todos, y también en el propio Juan, que empieza a dudar de la conveniencia de seguir en tales condiciones… le animo diciéndole que por experiencia el sueño, al igual que viene, se va; y que en el momento en que amanezca comprobará cómo de nuevo estamos los tres completamente despiertos y acelerando la marcha.



Lo siguiente es llano y cuesta abajo y llegamos a un pequeño refugio bajo cuyo porche nos protegemos un momento para que Joan guarde algo en la mochila; una chica que estaba dentro del refugio nos ofrece guarecernos del frío dentro… pero debemos continuar, y ya ha amanecido. Así que rápido emprendemos la marcha y, tras un rato interminable, por fin asoma a nuestra vista el Refugi Cap del Rec, sobre el kilómetro 106.
 








SEGUNDO DÍA




Allí recuperamos fuerzas y coincidimos con otro corredor que se había perdido del grupo con el que iba. Vuelvo a pensar que permanecemos demasiado tiempo y, como si de una situación cíclica se tratara, a lo lejos asoman Superpaco y su hijo: ¿¿cómo puede ser?? Este hombre debe de ser de otro planeta… rápidamente nos disponemos a seguir la ruta recuperados todos ya del sueño sufrido, y con Juan más animado a ese respecto; aunque las ampollas vuelven a castigarle en los pies.

 
 
 
Nos dirigimos  en un rápido descenso de 1000 m de desnivel negativo, con algún repecho, a Prullans (kilómetro 122) y para ello debemos atravesar una zona de unos dos kilómetros y medio de asfalto que hacen aflorar los mejores sentimientos de Joan y de Juan… yo lo soporto sólo un poco mejor, puesto que estoy bastante acostumbrado a correr en el asfalto de Madrid.







Durante el camino Juan empieza a desanimarse de nuevo: nos invita a ir más deprisa y no esperarle, aunque no le hacemos caso. Trato de animarle indicándole que ya ha comprobado cómo el sueño desaparece igual que aparece –pues en la zona de asfalto nos había vuelto a atacar-, pero me dice que ya no sólo es problema de sueño sino de las ampollas que le van a hacer imposible continuar las decenas de kilómetros que restan de camino.



De esta manera cuando llegamos a Prullans se realiza una nueva cura pero ante el aspecto de sus pies, y teniendo en cuenta que quedan casi 70 kilómetros por delante, nos indica a Joan y a mí que aunque se lo va a pensar en principio va a abandonar. Le decimos que le esperamos a que se lo piense bien, pero nos dice que no, que sigamos adelante, que ya verá él.
 






Así se disuelve el grupo y continuamos Joan y yo subiendo –para variar- por un camino que se convierte en senda, en la cual pierdo las gafas de sol; Joan me dice que vuelva para atrás y, aunque no tengo muchas ganas porque ya las doy por perdidas, le hago caso. No las encuentro y cuando ya voy a parar para volver de nuevo hacia delante, las veo a lo lejos en el suelo… ¡qué suerte!



A continuación atravesamos un bosque para llegar a Meranges, donde nos espera otro avituallamiento sólido y una subida de más de 600 m de desnivel positivo en apenas 3 kilómetros… con casi 140 kilómetros ya en el cuerpo. Allí nos enteramos de que Juan finalmente no ha abandonado y ha continuado el camino, pero que al poco ha llamado a su mujer para indicarle que definitivamente abandona en este punto, en Meranges.



Mi pierna izquierda cada vez está peor y ya empiezo a cojear en algunos momentos… puedo marchar rápido, pero a costa de abstraerme del intenso dolor que me provocan las ampollas de los pies –que he preferido no ver evitándome quitarme las medias de compresión en Prullans- y el esguince que me temo se está fraguando en esa pierna izquierda.



Pues bien, en esas circunstancias tenemos que subir por una zona en la que se organiza un kilómetro vertical, con el fortísimo desnivel indicado anteriormente. Joan tira millas por una pista asfaltada realmente empinada y yo trato de no perderle. Más adelante seguimos por un camino y luego por una senda, siempre muy verticales, hasta que llega un momento en el que Joan se ha descolgado algo más adelante y yo le pierdo y hasta pierdo el camino.



Trato de localizar alguna baliza hasta que por fin doy con una, pero me he salido de la senda –que ya apenas estaba marcada- y me es difícil retornar a ella. Tengo que pasar por encima de arbustos, engancharme a rocas, pasar por debajo de ramas imposibles… se hace realmente complicado salir de allí, y tampoco estoy en las mejores circunstancias para reptar ni escalar.



Al fin consigo llegar a la baliza y reemprender el camino, y algo más arriba veo a Joan que me está esperando. Continuamos juntos consultando en el GPS la altitud a la que estamos para saber cuánto nos falta hasta el Refugi Malniu, a 2138 m, en un camino que no parece terminar nunca; y que sigue subiendo, aunque gracias a Dios con un desnivel algo menos pronunciado.



¡Por fin! Llegamos a Malniu, donde conversamos brevemente con una patrulla de la Guardia Civil… nos acercamos al refugio (tiene terraza, y si no fuera porque decidimos ducharnos allí y ya sería perder mucho tiempo, me hubiera pedido una cerveza fresquita…) y recogemos la bolsa que habíamos entregado para ese punto.



Al ducharme compruebo cómo tengo una inmensa ampolla ensangrentada en el dedo meñique del pie derecho, amén de otras cuantas sin sangre en ambos pies. A duras penas me ducho y me cambio, aprovechando para realizar una rápida cura de circunstancias de las ampollas.



Cuando salgo de la ducha y vuelvo a donde está Joan me encuentro una grata sorpresa… ¡Juan al final no ha abandonado y se encuentra allí con nosotros! Nos comenta que le han dado ánimos -su familia, sus amigos…- y que ha decidido continuar; y que a pesar de que la subida se le ha hecho muy dura, ahora está firmemente dispuesto a terminar la ultra. Tanto es así que parte por delante nuestra.



Al poco y ¡de nuevo con la aparición de Superpaco y su hijo! Joan y yo continuamos la marcha tras haber utilizado unos cuarenta minutos en este punto. Pienso que de nuevo es muchísimo tiempo, pero la verdad es que agradezco inmensamente la ducha: me siento como nuevo (al menos estos primeros kilómetros) y de hecho salimos de allí Joan y yo corriendo a un buen ritmo de unos 6’ el kilometro, que para llevar casi 150 km en las piernas no está nada mal…





En esto Joan me informa que nos ha adelantado un francés que pensábamos que había abandonado muchos kilómetros atrás, Gerrit; y que otras dos participantes –Bridget y Andrea Sasikova- habían llegado al refugio mientras me duchaba, aunque continuaban allí. ¡Es increíble: 150km después nos hemos reunido la mitad de los participantes de la ultra en un mismo punto!



Esto parece el sálvese quien pueda y, como hacía tiempo que pensábamos que podíamos entrar en el top ten, metemos velocidad de crucero para tratar de volver a cobrar ventaja.



Por el camino y ya en bajada adelantamos a Juan, que ha dejado de correr; también adelantamos al francés. Yo trato de seguir a Joan pero mi pierna izquierda no me deja, definitivamente voy cojeando… corriendo pero cojeando, sobre todo porque es cuesta abajo. En los llanos y en las subidas lo llevo mejor, pero todo este tramo es descendente (1000 metros de desnivel negativo) y tras unos kilómetros me doy cuenta de que es imposible, y desisto de correr más en descenso; de manera que mi sociedad con Joan se rompe definitivamente y ya no le volveré a ver hasta el día siguiente.



 Veo que Juan sigue muy cerca detrás de mí así que en un pequeño puente le espero unos instantes para continuar la marcha juntos: algo del pequeño grupo de tres participantes que casi iniciamos la ultra juntos sigue vivo.



Llegamos a Ger donde Víctor, amigo de Juan que ha sido pieza clave en que no abandonara finalmente, se une oficialmente a nosotros –la organización de la prueba permite un acompañante en los últimos 35 kilómetros-. Emprendemos de nuevo el camino en una serie de kilómetros llanos con algunas subidas o bajadas menos pronunciadas que las que acabamos de sufrir.





En estos momentos empiezo a pensar que de ésta me jubilo… no merece la pena tanto sufrimiento: me duelen los pies por las ampollas, me duele el tobillo, por el que casi voy cojeando, me duele todo el cuerpo en general y tengo mucho sueño… estoy muy cansado, y todavía me quedan decenas de kilómetros de subida y de bajada y casi una noche perdido por esos campos de Dios, entre España y Francia.




        Además, noto cada vez más los efectos del sueño, me cuesta pensar y localizar las balizas, y eso ahora que cae una nueva noche puede ser hasta peligroso…





SEGUNDA NOCHE



Nos estamos acercando a la zona francesa y, efectivamente, cruzamos la frontera por caminos y sendas para llegar a La Tour de Querol e iniciamos -ya caída la segunda noche- un fuerte ascenso de 400 m de desnivel positivo en el que Víctor nos lleva para arriba sin parar, y en el que yo tengo que hacer un esfuerzo de dignidad para no pedir más de un descanso en medio del ascenso. Esto no acaba nunca, con cada paso adelante a buen ritmo pego un resoplido, y de vez en cuando miro para arriba para ver si se atisba algún final; pero allí no se ve más que más senda ascendente y piedras que no terminan nunca. Finalmente Juan y yo cumplimos como jabatos hasta el fin sin realizar ninguna parada.



Pasamos por Bena, Franes y Bangoli, pequeñas zonas casi deshabitadas, y afrontamos la subida a la ermita de Santa María de Bell-lloc, para llegar finalmente a un avituallamiento entre cansancio, noche, viento y mucho frío.

 
 
 
Lo siguiente es ya una sucesión de kilómetros en la que la distancia y el sueño hace cada vez más mella sobre nosotros; especialmente sobre mí, que vuelvo a caminar en zigzag por una pista descendente hasta el punto de que me tienen que preguntar si estoy bien. Sí, lo estoy, pero con mucho sueño. Llevo rato abrigándome y desabrigándome constantemente, según el ritmo de la marcha, pues el frío es intenso pero en las subidas sin piedad el movimiento hace que el cuerpo entre en calor y sobre la chaqueta impermeable.



Ya no sé ni cuántos kilómetros llevamos, ni cuántos quedan… calculo que aún restan unos 15 o 20 kilómetros, que a estas alturas de la prueba se presentan como 50 o 60. Afrontamos una fuerte bajada por un terreno lleno de piedras que nos hacen ver las estrellas a Juan y a mí. Ambos llevamos los pies llenos de ampollas, él tocado el cuádriceps y yo muy mal el tobillo izquierdo. La bajada se hace durísima e interminable.



Tras pasar por Ur por fin llegamos a Llivia, municipio español en territorio francés, donde un gran pabellón polideportivo con comida, bebida, colchonetas y atención sanitaria invita a quedarse un buen rato. Pero a pesar de todo aún estamos bastante enteros –para los kilómetros que llevamos encima- y, tras unos breves comentarios con Eduard, organizador de la prueba, seguimos adelante con el único objetivo de llegar a meta.



En los siguientes kilómetros tenemos que afrontar dos pistas que se hacen eternas, y que en la oscuridad de la noche despiertan de nuevo el sueño pues la visión del suelo de la pista constantemente igual con la luz del frontal, unido a dos noches sin dormir y el cansancio de casi doscientos kilómetros de marcha, ejerce un efecto hipnótico que nos lleva a caminar de nuevo dando tumbos.



Yo consigo sobreponerme acelerando el paso y hablando, pero Juan va bastante tocado por el sueño, de manera que tenemos que esperarle en algunas ocasiones y animarle a acelerar el paso. Procuro hablarle, darle conversación para que a su vez él hable y se despeje, y en ocasiones lo consigo.



Por fin llegamos a Bourg Madame, pueblo francés fronterizo, y cruzamos la aduana para entrar de nuevo en territorio español… sólo nos queda llegar a Puigcerdá y subir a la meta, a la plaza del campanario, el mismo sitio donde casi cuarenta y cinco horas antes habíamos tomado la salida.



Víctor tira de nosotros, su ayuda es impagable… Juan sigue algo tocado pero continúa avanzando cual jabato. Tanto él como Joan me han sorprendido gratamente, las máximas distancias que habían hecho anteriormente habían sido 110km y 85 km y han superado este reto perfectamente.



O casi, porque aún nos quedan los últimos kilómetros. “Esto está hecho, ya estamos ahí”, voy diciendo varias veces para levantar el ánimo. Pero nunca terminamos de estar ahí… es lo que pasa en los últimos kilómetros de una prueba de este tipo, el cerebro tiende a intentar que la prueba acabe ya, y las distancias se le antojan mucho más largas de lo que en realidad son.



¡Por fin llegamos a Puigcerdá! Vamos entrando en las calles que llevan a la meta… vemos las vallas publicitarias que indican el pasillo por el que debemos entrar los corredores… Víctor y yo animamos a Juan a correr y, aunque al principio no se muestra muy de acuerdo, finalmente se arranca y enfilamos los últimos metros juntos a un buen ritmo, ¡que no se diga que no podemos correr después de 190 kilómetros!



La meta está ya ahí, una última recta y…
 






¡Somos Finishers de la I Volta Cerdanya Ultrafons!

            ¡Octavo puesto compartido en esta primera edición! 34 inscritos, 23 nos presentamos a la salida, y 18  somos Finishers, tras 5 abandonos; lo hemos conseguido…


            http://racesplitter.com/races/94A1BE730




¡Hemos hecho Historia…!


101km Ronda 2012

Futura crónica.

Ehunmilak 2011: ¡No había ni un llano!

¡NO HABÍA NI UN LLANO!

(CRÓNICA EHUNMILAK 2.011)
Espero no haber cometido ningún fallo en el kilometraje o en el nombre de alguno de los avituallamientos; en una prueba de tal extensión, sin conocer bien la zona, y en el estado en que terminé, podría ser posible. Si así ha sido, os pido disculpas.

PRÓLOGO: LA MEJOR FORMA DE AFRONTAR UN ULTRA-TRAIL

Me lancé a mi primera aventura de 100 millas tras haber superado anteriormente distancias de entre “sólo” 100 km y 123 km, así que ésta debía ser mi coronación en el mundo del ultra-trail.

Esperaba y deseaba que fuera bien; sabía que al menos debía terminar, e incluso pretendía bajar de las 40 horas, si me era posible. En todo caso era consciente de que se trataba de la primera vez que me enfrentaba a esta distancia y a este desnivel tan brutales, así que el respeto estaba garantizado. En el fondo de mi mente aparecía la posibilidad (ante lo desconocido) de no terminar, que rápidamente desechaba: tenía que finalizar la prueba sí o sí.

Por unas circunstancias u otras hasta última hora no supe si viajaría en coche o en transporte público, solo o acompañado, y si dormiría en Guipúzcoa la noche anterior o no. Al final me tocó subir solo, en transporte público, y hacer noche en el autocar, algo que luego me pasaría una gran factura. Era consciente de que no eran las mejores condiciones para afrontar esta prueba –unidas al hecho de que mi “entrenamiento” había consistido en salir cuatro días a la semana a correr entre 6 km y 10 km por ciudad, más un maratón en Abril-, pero reconozco que a veces hago las cosas de una manera algo irreflexiva y ésta fue una de ellas.

Así que el jueves 14 cojo en Madrid el autocar que va directo a Beasain, saliendo a las 00:30 horas y llegando a las 05:45. Cogí un asiento atrás del todo con la esperanza de que no hubiera más gente allí y me pudiera tumbar un poco a dormir, pero el autobús iba lleno, así que no pude pegar ojo en toda la noche de viaje.

Llego a Beasain y con el GPS sitúo la salida/meta. Hago una vuelta de reconocimiento por los alrededores, y me dirijo a buscar un sitio donde descansar por la mañana unas horas. Al final localizo el Hostal “El Monte”, que se trata de un repecho al lado de un camino solitario pasado el pueblo de Arama, lo cual significa que ya he andado más de 5 km esa mañana. Allí echo mi saco de dormir y trato de descansar un poco, pensando en lo que se me viene encima. Durante el trayecto he notado unas ligeras molestias en la pierna derecha que no me gustan nada.

Intento dormir un poco, pero apenas me es posible; y cuando consigo por fin cerrar un poco los ojos recibo la peor de las noticias por el móvil: mi amigo Antonio Calleja acaba de fallecer en el hospital donde le había visitado hace apenas unos días. La moral se me hunde por los suelos, y tras hacer varias llamadas en relación con tan triste asunto, me conjuro: si antes iba a terminar la prueba sí o sí, ahora más, en homenaje a él. Seguiré hasta la meta, aunque allí caiga reventado. Va por ti, Antonio…

Después de este gran “descanso”, recojo los bártulos y me dirijo a Beasain de nuevo (otros 5 km) a recoger el dorsal, chip, entregar bolsas, etc. Cumplo todos los trámites sin novedad y disfruto de la buena comida que nos ofrece la Organización.

Ya en la salida, me encuentro con Edu, al que conocí en la Transgrancanaria el año pasado. Veo que lleva otro dorsal distinto, y pienso que se ha apuntado a la corta (“está mayor”, me digo), pero luego durante la prueba me comentará que el dorsal es distinto porque participa en equipo.

El ambiente en la salida es fenomenal; la gente animando, algunos nervios, música acompañando, la cuenta atrás y… ¡por fin salimos a comernos los supuestos 168 kilómetros, cuyo track en mi GPS marcaba 170,3 Km, y que al final darían algo más…!



PRIMER DÍA: SENSACIONES ENCONTRADAS

Los primeros pasos son fenomenales; vamos por dentro de Beasain y la gente nos va gritando y animando; nos invade la euforia típica del comienzo de estas pruebas… pero pronto salimos de allí y nos chocamos con la dura realidad, pues aparecen las primeras cuestas, que cada vez se van haciendo más y más empinadas; son los 10 primeros kilómetros y ya llevan aparejado un desnivel positivo de 1050 metros…

En todo caso me encuentro fuerte y optimista, y trato de no quedarme muy atrás y de acelerar el paso, de manera que termino este primer tramo bajando como un cohete (algo mosqueado por la repercusión en las rodillas de tanta velocidad cuesta abajo…), y llego al primer avituallamiento (Mandubia, kilómetro 10) en 1 hora y 26 minutos. “Muy bien,” -pienso para mí- ”a seguir así”… Sin embargo, los otros 160 kilómetros me demostrarían (una vez más) que en este tipo de pruebas no se pueden calcular medias ni tiempos con tanta facilidad.

Hago los siguientes 10 km en 1h y 55 minutos: más cuestas brutales (subida a Izazpi, que tengo que hacer con paradas; de hecho da algo de vértigo mirar para abajo desde la estrecha y empinada senda en la que me encuentro), y comienzo a notar el cansancio de tanto desnivel, perdiendo demasiado tiempo en el avituallamiento de Zumarraga/Urretxu (pero qué bien se está sentado en una de las sillas bebiendo y comiendo, después de 20 km con 3050 m de desnivel acumulado…).

Esta va a ser la tónica de la ultra, para arriba y para abajo, ¿y dónde quedan los llanos? Sigo los siguientes 10 km con estos pensamientos; nueva “cuestecita” hasta el Irimo (empiezo a mirar el GPS para ver las distancias que me quedan en este tipo de tramos de subida), y me voy dando cuenta de que la media de los 10 primeros kilómetros había sido un espejismo. Llego a Elosua (km 29) de noche, en 5h 41 minutos totales, haciendo un parcial de 2h 20 minutos para estos 9 km: 1 hora más que en el primer tramo, que además había sido un poco más largo y con más desnivel.

En el intervalo desde el monte Irimo hasta Elosua había adelantado a Edu y los compañeros con los que iba (dejándoles claro que soy aficionado del Real Madrid, y no del Atlético), y recuerdo la Transgrancanaria del año pasado, en la que sucedió lo mismo, de manera que nos fuimos adelantando el uno al otro durante toda la segunda mitad de aquélla carrera.

PRIMERA NOCHE: DE ACORDEONES Y DE LA PÉRDIDA DE UN BIDÓN…

Me gusta la noche en este tipo de pruebas: se corre fresquito, y si hay algo que odio en un trail de montaña es comerme un gran desnivel con todo el calor calentándome el coco. De manera que había calculado que, de tener que dormir, no lo haría durante la segunda noche, sino antes, en las peores horas de calor del segundo día; aunque tuviera que hacerlo en algún repecho del camino. (Esta opinión mía tan benigna sobre las noches en carrera cambiaría a lo largo de la segunda noche de esta prueba….).

Reemprendo el camino con estos pensamientos, y algo preocupado por lo mucho que he bajado la media en los últimos 9 kilómetros. En todo caso todavía voy bien de cuerpo y mente, troto a gusto en solitario por una noche tranquila cuya climatología nos está respetando, y voy ensimismado en mis pensamientos camino de Azkarate -sobre las doce de la noche- cuando el ruido de un acordeón en medio de la nada me sorprende (es demasiado pronto para tener alucinaciones), y me encuentro poco más adelante con un “avituallamiento no oficial” que consigue arrancarme una gran sonrisa de la cara… un grupo de gente ha montado una mesa en la que ofrecen café y bollos a los participantes, mientras uno ellos, una chica joven, toca el acordeón para animar.

Sigo adelante, y ante una bifurcación a pocos metros me paro: desde el “avituallamiento” me vienen indicaciones de por dónde tengo que ir, pero no me he parado por eso, sino porque he pensado que no puedo pasar de largo sin volver y sacarme una foto con esas personas que tienen la deferencia de ofrecer café y bollos a los participantes que por allí pasamos a esas horas de la noche. Así que me doy media vuelta y me siento con ellos unos 10 o 15 minutos (demasiado tiempo: no termino de aprender a apurar, y esta vez me pasa igual que en el último avituallamiento oficial; la pérdida de todos esos minutos luego se notará más adelante).

Mientras estoy allí llegan otros dos corredores que me traen noticias que me mosquean un poco: parece ser que vamos en la cola de la prueba. Pero, ¿cuánta gente ha tenido que abandonar para que eso sea así? Parece ser que mucha, y esa es nuestra situación ahora, situación que no me gusta ni un pelo. En todo caso hago mis cálculos y compruebo que todavía vamos bien de tiempo, así que trato de no darle demasiada importancia. Me decido a continuar y, tras otro punto donde nos reciben a golpe de acordeón, sigo devorando kilómetros.

Tras dejar atrás el avituallamiento de Madarixa (km 43) continuo trotando, y llego a Azpeitia (km 53) dándome cuenta de que he perdido el bidón de líquido, lo cual me preocupa -aunque llevo la camelback con capacidad para otros dos litros- por el calor que pueda hacer al día siguiente y los desniveles que me esperan en las peores horas. Pregunto al personal del avituallamiento, y me dicen que sí ha aparecido un bidón abandonado, pero cuando me lo enseñan veo que no es el mismo. No obstante, me lo ofrecen temporalmente, y puesto que el dueño no va a volver a por él, lo acepto prestado. (Si el dueño lee esto, es un bidón azul y amarillo de Maxim Sports Nutrition, ¡lo tengo a tu disposición! Me das tu dirección y te lo envío por correo…).

SEGUNDO DÍA: EMPIEZA A FUNCIONAR EL PILOTO AUTOMÁTICO

Llevo 53 kilómetros y han pasado 11 horas y 19 minutos; en sólo dos horas más he completado en años pasados los 100 kilómetros de alguna otra prueba, pero hay que reconocer que esto es diferente: el desnivel es brutal, y el terreno tampoco es pista forestal precisamente… así, continuo algo preocupado por el tiempo; aunque también soy consciente de que no voy tan mal y de que todavía tengo un buen margen a mi favor.

Con estos pensamientos sigo haciendo kilómetros, mientras empieza a amanecer. Hace ya mucho que el GPS me va marcando un desfase de 2 km (de más) con las distancias oficiales de los avituallamientos, aunque gracias a Dios ese desfase se ha estabilizado y no sigue aumentando.

Empiezo a pagar el no haber descansado antes de la prueba, el no haber dormido apenas la noche anterior en el viaje en autocar: el camino se me hace idéntico todo el rato, los ojos se me cierran mientras sigo trotando, y sólo se abren bruscamente cuando creo divisar a personal de la Organización en medio del camino, pensando que si me ven marchar medio dormido pueden retirarme el dorsal y sacarme de la prueba; pero no hay personal alguno: son árboles, arbustos, piedras, o cualquier otra cosa que, a lo lejos, y en el estado soporífero en el que continuo avanzando, se me antojan como humanos antes de que consiga abrir del todo los ojos para darme cuenta de mi error.

Veo a lo lejos a una pareja, a los que poco a poco voy dando alcance, puesto que marchan con bastante tranquilidad. Antes de llegar a ellos veo que se paran y se sientan, y cuando por fin les alcanzo les pregunto si les pasa algo, si se encuentran bien; me contestan que se encuentran perfectamente, y que se han parado a ver el amanecer juntos…

Sigo el camino de nuevo solo, hasta que encuentro a lo lejos otra figura (real) a la que sigo, aún medio grogui; pero al rato me doy cuenta de que llevo tiempo sin ver ninguna baliza, y abriendo bien los ojos ¡me doy cuenta de que la persona a la que sigo no es un participante de la prueba! Me enfado conmigo mismo (no estoy para perder tiempo) e incluso me asusto un poco (¿cuánto me habré desviado, significará esto el final de la ultra para mí?); y trato de recuperar el camino con el GPS. Gracias a Dios, y a pesar del sueño, no me cuesta demasiado, sólo me había desviado un poco en lateral, pero siguiendo la dirección correcta; apenas tengo que volver un kilómetro y medio hacia atrás y en lateral para recuperar el camino de la prueba.

Por fin llego a Tolosa, kilómetro 77; primera de las dos grandes paradas que tiene la ultra. Zona de descanso, duchas… pero el tiempo que llevo (casi dieciocho horas) no invita a tomárselo con mucha calma. Para colmo, la llegada al polideportivo ha sido una tortura que nos ha hecho recorrer el pueblo entero, calles y calles; lo cual, en el estado en el que me encuentro, me merma bastante la moral (¿cuándo narices voy a llegar al maldito polideportivo? ¿No podían haber hecho entrar la prueba en el pueblo directamente por la zona donde está el avituallamiento?) .

Allí me doy una ducha gracias a la toalla que amablemente me facilita un miembro de la Organización (la mía la había dejado en la bolsa de ducha que pensaba que traían primero aquí, pero en realidad se transportaba directamente a Beasain); me cambio de camiseta, mallas y calcetines, repongo fuerzas y, lamentando no poder quedarme aunque sea una hora a dormir, reemprendo el camino (utilicé en esta parada unos cuarenta minutos, nuevamente mucho más de lo que hubiera deseado); encontrándome de nuevo a Edu, que tranquilamente avanza dirección Jazkue Gaina.

Me va explicando cómo es el recorrido que nos espera hasta llegar al monte Txindoki, lo cual siempre ayuda (conocer bien una prueba es tener hecha media prueba); y yo, gracias a Dios, me he recuperado un poco del sueño que me invadía, y ya avanzo plenamente consciente de nuevo.

Más adelante me quedo algo atrás de Edu y sus dos compañeros de equipo, manteniendo un ritmo más tranquilo en las subidas. Sigo avanzando, no voy mal, aunque la pierna derecha me ha empezado a molestar en su zona frontal, y eso me preocupa; porque aún quedan muchos kilómetros. En realidad, la prueba acaba de comenzar, y sólo deseo llegar al Txindoki para superar el kilómetro 100; es la nueva meta que me he marcado: a partir de ahí “sólo” me quedarán 70 kilómetros que irán bajando poco a poco.

Afronto el comienzo de la subida al Txindoki bastante entero y en solitario, como la mayor parte de la prueba. Me sorprende la facilidad con la que subo el empinado camino, teniendo en cuenta la altura de carrera a la que estamos. Pasado un rato, me junto con otro participante, que me dice que probablemente abandone al llegar a la cima, porque sus compañeros ya lo han hecho anteriormente, y fueron ellos los que le embarcaron a él en esta barbaridad y no al revés. Trato de darle ánimos y de hacer que cambie de opinión, aunque más adelante comprobaré que no lo hará y terminará abandonando.

Llegados a este punto de la prueba, empieza seriamente a aparecer el efecto “no existe cima en esta montaña”. Es decir, cuando ves el punto más alto y vas a llegar a él, aparece de nuevo otra cota a subir; y cuando llegas a esa, ves que hay otra más arriba. A medida que avanza el camino, la pendiente se hace más pronunciada, y el desnivel hace que tenga que utilizar las manos en algunos puntos del camino para avanzar. Mirar para abajo da de nuevo vértigo, y lamento que se me haya acabado la batería del móvil para no poder sacar alguna foto. Por seguridad llevo otro móvil para llamadas de emergencia, pero no tiene cámara.

Veo de nuevo a Edu llegando a la cima y allí le doy alcance, aunque el partirá antes (yo he llegado después y, aunque no estoy mucho tiempo, necesito descansar un poco). En todo caso, el frío hace que no me lo piense mucho y tire de nuevo millas, en una zona que será un continuo sube y baja, y en la que la niebla comienza a hacer sus efectos. No se ve más allá de diez metros, y tengo serias dificultades para encontrar las balizas que marcan el camino.

Llega un momento en el que no soy capaz de seguir, y lo mismo le pasa a un pequeño grupo que viene detrás de mí. Nos hemos perdido dentro de la niebla y temo la posibilidad de que encontremos una baliza y sigamos el camino del revés, con los problemas de tiempo que ello puede conllevar. Gracias a Dios, llevo el GPS conmigo, y éste me lleva hasta el camino, localizando las balizas y la dirección a seguir. Aviso a los que vienen detrás, que me siguen, aunque no tengo más remedio que avanzar más deprisa que ellos si quiero llegar a meta en tiempo.

Sigue una serie de kilómetros en los que el sueño y la niebla me hacen tener la sensación de que estoy dando vueltas siempre por el mismo sitio. Me pierdo otra vez, y esta vez ni con el GPS consigo localizar la siguiente baliza; no sé si es en este punto o en otro en el que el camino no coincide con el track oficial (o es eso o soy yo que estoy peor de lo que pensaba), en todo caso tengo que esperar a que alguien venga (más tiempo perdido) para ver si es capaz de recuperar el camino, como efectivamente pasa.

Así, más kilómetros “dando vueltas sobre el terreno”, hasta que por fin comienzo a bajar, en un momento del camino en el que me he juntado con un grupo de tres (¿o cuatro?) portugueses. El caso es que estamos en medio de la nada, y hace tiempo que he dejado de ver el chorro de gente que me encontré en el Txindoki (¿cuánta gente habrá abandonado allí?), de tal manera que la bajada se me hace bastante larga casi en solitario.

Miro el reloj (más de 26 horas) y veo que sigo algo justo; aunque según mis cálculos, si llego en tiempo a la segunda zona de descanso, Etxegarate, podré ir mucho más tranquilo, pues la siguiente barrera horaria se ha establecido calculando que la gente dormirá allí. Así que, no durmiendo, o durmiendo un par de horas, volveré a recuperar un buen colchón de tiempo; qué “fácil”…



SEGUNDA NOCHE: DE TODO UN POCO… (SUEÑO, FRÍO, LLUVIA, NIEBLA, BARRO, CAIDAS, ARENAS MOVEDIZAS…)

Sigo con los portugueses camino de Lizarrusti. He cambiado las pilas del GPS –que apenas controlo porque lo acabo de comprar hace días- y he perdido la noción de cuántos kilómetros quedan hasta el siguiente avituallamiento, de manera que el camino se me (se nos) hace extremadamente largo, mientras la noche cae sobre nosotros.

Encendemos los frontales, pero la niebla hace que en lugar del camino lo que se vea es un halo blanco, lo cual dificulta enormemente el avance. A eso yo tengo que añadir que las pilas de mi frontal ya apenas alumbran, las de repuesto no son ninguna maravilla, y el segundo frontal que he traído (que tomé prestado) no es el más indicado para este tipo de pruebas (nuevo error, escatimar en material) con lo que veo más bien poco o casi nada. En algún lugar recuerdo haber leído que en caso de niebla es mejor llevar un frontal en el pecho para ver mejor, así que lo que hago es llevar el frontal en la mano a esa altura, con lo que veo sólo un poco más que antes.

A la falta de visión hay que añadir que hace unos minutos ha comenzado a llover, y por tanto a formarse barro en el camino. Hay tramos que son realmente difíciles de superar (hay que saltar charcos y zanjas, y el barro resbala tanto a un lado como al otro), y yo además no llevo bastones –nunca lo hago- con lo que la posibilidad de caerme, golpearme, y embarrarme se multiplica. La lluvia, la niebla, y el barro ralentizan nuestra marcha, y ello hace que los metros se conviertan en kilómetros; esto no es nada bueno para mi media, y lo comprobaré más adelante.

Tras un pequeño descanso (¡por fin!) en Lizarrusti (km 115), a donde nos cuesta Dios y horrores llegar, emprendemos de nuevo la marcha varios participantes hacia el anhelado Etxegarate. Gracias a Dios, y a la copia del perfil de la prueba que llevo conmigo, la fuerte subida con la que iniciamos la marcha no me sorprende. Pero sí ando preocupado por no perder al grupo, puesto que apenas veo con el frontal que llevo y la niebla y la lluvia que nos acompañan.

Sin embargo, uno de los portugueses está teniendo serios problemas para avanzar, y soy consciente de que si sigo a su ritmo no terminaré la prueba en tiempo. Al final, no me queda más remedio que dejarlos atrás y seguir el camino, que transcurre por un hayedo limítrofe con Navarra. De día ese lugar debe de ser maravilloso, pero de noche, con lluvia, viento, barro y niebla, se me antoja como el último sitio en el que desearía estar en esos momentos.

Voy avanzando con cierta dificultad y viendo más bien poco, pero avanzando, cuando escucho a alguien a mis espaldas que trota a gran velocidad. Cuando llega a mi altura me explica que es un miembro de la organización buscando a dos participantes que han llamado por teléfono avisando que se han perdido, y que va en su búsqueda, preocupado porque se hayan dirigido a Navarra. Me engancho a él: es mi oportunidad de recuperar tiempo perdido, porque se conoce el camino perfectamente y avanza a una velocidad que yo sería incapaz de alcanzar en esas condiciones y sin conocer el terreno.

Me comenta que el camino discurre casi hasta Etxegarate paralelo a un cercado que hay a nuestra izquierda, y que además de las balizas de la organización, viene marcado por las señales rojas y blancas de los GR 121 Y 11. Le acompaño todo lo que puedo, pero finalmente tengo que quedarme algo atrás. Le aseguro que no tendré problemas porque llevo el GPS, y que en caso de perderme llamaré dando coordenadas.

Vuelvo a avanzar muy lentamente, buscando desesperadamente la siguiente baliza, sea de la Organización o de los GRs, pero apenas veo nada. Cuando no encuentro ninguna de las tres, que es más de una vez, trato de localizar la vaya a mi izquierda para comprobar que no me he extraviado, y seguir con ella como referencia. Me cuesta una barbaridad avanzar metros, no se ve absolutamente nada entre la oscuridad, la niebla y la lluvia, y soy consciente de que estoy perdiendo un tiempo valiosísimo: que la prueba, si ya estaba complicada, se me empieza a complicar lo suficiente como para no terminarla en tiempo. Mi única idea es llegar a Etxegarate antes de las siete de la mañana, que es cuando he calculado que cierran el control; gran error, pésimo cálculo: el control se cerraba a las cinco y cuarenta y cinco horas.

Sigo tratando de avanzar por donde puedo, aunque no veo casi nada y es francamente difícil localizar el camino; es como andar dentro de un cuarto oscuro. Tanto es así que, en un momento determinado, piso sobre unas hierbas y mi pierna izquierda se comienza a hundir en el barro que estaba oculto sin que sea capaz de sacarla de allí, a la par que la derecha hace amagos de lo mismo. Siguen hundiéndose lentamente y eso no para, de manera que me da tiempo a pensar incluso que voy a terminar hundido por completo y bien jodido. Por suerte, finalmente “sólo” quedo enterrado con la pierna izquierda hasta la rodilla y la derecha hasta media tibia.

A duras penas consigo sacar la pierna derecha y trato de apoyarla en alguna zona donde no se hunda, lo cual no es nada fácil; respecto a la izquierda, me es imposible sacarla, incluso en algún intento casi consigo sacarla pero sin zapatilla, lo cual hubiera significado el final de la carrera para mí. Me asusto ante esa posibilidad (perder la zapatilla) y trato de sacarla más lentamente moviéndola a los laterales para hacer algo de vacío que me permita tirar hacia arriba. Allí, medio hundido en el barro y sin poder salir; lloviéndome, sin ver nada en medio de la oscuridad y de la niebla… me llego a plantear si será necesario llamar a la Organización para que me saquen de allí.

Sin embargo, finalmente consigo -con mucho esfuerzo y cuidado- sacar la pierna del lodo (y con zapatilla), así que con muchísima cautela procuro alejarme de esa zona peligrosa. A partir de aquí mi avance ya no va a ser lento, sino extremadamente lento; llegando a un punto en el que he perdido totalmente la noción de por dónde debo seguir, y ni con el GPS me decido a continuar adelante.

Al rato, y por suerte, escucho unos ruidos atrás y, al girarme, veo unas luces a lo lejos. Pienso que son los participantes que vienen por detrás de mí guiados por alguien que conoce bien el terreno, pues van relativamente rápido.

Efectivamente, ante las pésimas condiciones climáticas que nos estaba ofreciendo la noche, un buen grupo de participantes se había unido siguiendo el paso de alguien que conocía el terreno perfectamente. Cuando van a llegar a mi altura, les saludo con un irónico “Buenas noches, ¿qué tal?”, y me uno a ellos.

A partir de aquí el avance hasta Etxegarate es una auténtica tortura: continúan el frío, la lluvia, la niebla, el viento y el barro… voy empapado y comienzo a tener realmente frío, a pesar de haberme puesto el cortavientos, que también se empapa. Además, el barro hace que se resbale con bastante facilidad. Avanzamos con relativa rapidez gracias a los conocimientos de nuestro guía, pero tardamos mucho en hacer cada kilómetro, que en esta zona están señalizados con carteles uno a uno. Alguno de los participantes va francamente mal, e incluso pide que le dejemos allí porque no puede seguir. Le hacemos ver que sería una locura, que está lloviendo y hace frío, y que queda todavía mucha noche para quedarse allí en esas condiciones.

El último tramo es cuesta abajo, y eso con barro significa resbalón seguro. Añadido a mi falta de bastones, se transforma en una infinidad de veces en las que doy con mi culo en el suelo (y espalda, y piernas…); no me he metido tantas hostias seguidas en mi vida: termino lleno de barro hasta en las pestañas, pero el caso es que seguimos avanzando y tengo, según mis cálculos, un margen de una hora y media.

¿Seguro? Pues no; cuando comento con el resto de participantes la barrera horaria de Etxegarate, me hacen ver que estoy equivocado, y que apenas quedan unos minutos para que cierren control. A partir de ahí apretamos (aún más) el paso, lo que significa que me pego más culazos contra el suelo y me lleno más de barro. Pero hay que entrar en tiempo, ¡quedan quince minutos para que cierren el control y aún no hemos llegado!

Pero todo tiene su recompensa, y por fin vemos a lo lejos las luces del avituallamiento, ¡por fin! Entramos con apenas cinco o diez minutos de margen antes de que cierren el control… No me lo puedo creer, por fin ha terminado la pesadilla del hayedo. Desde Lizarrusti, kilómetro 115, hasta Etxegarate, kilómetro 130 (es decir, sólo 15 kilómetros de distancia) he(mos) tardado nada menos que 5 horas y 17 minutos.

En Etxegarate hay participantes que abandonan, y otros que reemprenden de nuevo la marcha apenas después de haber comido algo y haberse cambiado de ropa. Yo procuro tomármelo con más calma, y decido ducharme (estoy lleno de barro), cambiarme (estoy empapado), y dormir (estoy grogui) una o dos horas, puesto que ya llevo 35 horas de carrera, y la noche anterior a la misma, como ya he dicho, la pasé sin pegar ojo en el viaje en autocar. Vamos, que estoy hecho un Cristo como para seguir sin descansar y dormir un mínimo…

Estoy literalmente congelado, y tengo dificultades para andar con normalidad. Me dirijo a las duchas, después de haber comprobado con enorme “alegría” que no me queda ninguna camiseta seca (no me preguntéis por qué no tenía ninguna en la bolsa que se podía recoger en este punto…). Allí, para colmo, se me cae al suelo mojado uno de los dos calcetines que tenía secos, así que continuaré con uno de los pies empapado. Me ducho como puedo, a duras penas (pierdo mucho tiempo); y me dirijo, con la misma camiseta empapada, a la zona habilitada para dormir.

Extiendo la ropa mojada con la esperanza de que se seque mientras duermo. Echo en falta una calefacción o mantas de toda la vida (hace un frío del carajo y hay gente durmiendo con la manta térmica obligatoria), y me cubro con lo que en esos momentos me parece una cortina suelta (y lo mismo lo era). No me da tiempo a cerrar los ojos cuando me saluda alguien: es Edu, que se acaba de levantar para continuar la marcha (no sé si llegó a dormir algo), y me anima a que me una a su grupo. Le digo que necesito descansar y veo cómo se van. Poco después, otro corredor entra y sale varias veces dejando la puerta siempre abierta, lo que hace que descienda la temperatura de la sala con las consiguientes quejas de los que allí tratamos de descansar semi-congelados (que no sé si llegábamos a ser más de dos). Finalmente me tengo que levantar a cerrar la puerta yo.

Cuando creo que por fin voy a poder dormir algo, entra un responsable de la Organización diciendo que quien no quiera abandonar debe ponerse en marcha de nuevo; no me lo puedo creer: ¡no voy a poder dormir nada esta tercera noche tampoco!.

Me resigno a recoger mis bártulos y voy a la zona de avituallamiento, donde hablando con un miembro de la Organización pregunto si me pueden dejar una camiseta seca, porque todas las mías están empapadas, comprometiéndome a devolverla en meta (o donde sea). Después de una consulta, me da una camiseta nueva de la prueba, que me pongo debajo de la de manga larga que llevo, lo cual me salva media vida (¡muchas gracias!). Mientras me quito una y me pongo otra, me dejo el buff que llevaba al cuello al lado de una de las máquinas de agua. Días después de terminar la prueba escribiré un e-mail a la Organización y me lo remitirán, limpio y como nuevo, por correo; chapó.

Tras esto, reemprendo la marcha con dos miembros de la organización que me acompañan hasta Otzaurte; ya ha amanecido por el camino.

TERCER DÍA: AGONÍA Y FIN

Después de coger un camino cuyo inicio parecía un tobogán (es un estrecho terraplén escondido entre los arbustos al que hay que acceder a cuatro patas, y debido al barro resbala como eso: como un tobogán) para cuyo acceso tengo que agarrarme con las manos a las hierbas que hay, para trepar -e incluso recibo algún empujón en el culo para poder tirar para arriba-, emprendo el camino a Otzaurte, desde donde continuo junto con otros dos participantes, Inés y David Joan, con los cuales había coincidido en la memorable travesía hasta Etxegarate; y con los cuales iré coincidiendo el resto de la prueba.

Con ellos sigo avanzando; no consigo encontrar las “chuletas” que había sacado del Road Book, en donde aparecen los tramos con su distancia y desnivel, barreras horarias, perfil y avituallamientos. Estoy de nuevo tan grogui que no llego a averiguar si los tengo en algún lugar de la mochila o si los he perdido, y eso me fastidia, porque a estas alturas de la carrera es una información que me parece preciosísima.

Llegamos a San Adrián (km 139) después de 38 horas y media de ultra encima, y allí coincido -¡de nuevo!- con Edu, que se sorprende y alegra de verme, y me dice que estaba convencido de que iba a abandonar después de verme empapado en Etxegarate echándome a dormir; es lo que hay, Edu, “hasta caer reventado…”.

Así, seguimos la prueba; su grupo tira un poco delante, y yo sigo con Inés y David Joan. Hacemos cálculos y pensamos que si seguimos a ese ritmo terminamos la prueba. A estas alturas, y con esos márgenes de tiempo, todo es hacer cávalas…

Hemos pasado la cueva de San Adrián y, cuando iniciamos el camino conocido como del “calvario”, en empinado ascenso a la cima del Aizkorri –punto más alto de la prueba, con sus 1.520 m de altitud- me descuelgo de ellos y me quedo atrás. No sé si no puedo seguir el ritmo por falta de fuerzas, si es el sueño el que está pudiendo conmigo, o es mi mente la que me dice que pare ya de una vez. El caso es que no paro, pero avanzo más despacio, y empieza a planteárseme más seriamente que nunca (excepto cuando estaba con las piernas enterradas en el hayedo) la posibilidad de no acabar la prueba.

Estoy reventado y medio grogui, y avanzo a duras penas. Coincido con miembros de la Organización que me animan, me dicen que todavía voy con margen de tiempo, y que queda menos para llegar arriba; pero aquello no se acaba nunca, y se convierte una subida tras otra subida, en un sufrimiento continuo. A veces me desvío un poco del camino medio dormido y es un miembro de la Organización el que me corrige antes de que yo me dé cuenta. Por otra parte, a medida que voy llegando arriba el frío comienza a notarse otra vez de nuevo, aumentado por el viento que corre a aquellas alturas.

¡Por fin! llego al control de Aizkorri; y allí me encuentro a Inés y David Joan; eso quiere decir que no he ido tan mal. Pero aquí no se acaba el sufrimiento: la prueba sigue su camino cresteando Aizkorri, con bajadas y nuevas subidas por dura piedra que merman aún más mi moral.

Durante estos momentos, a esas alturas, medio dormido, reventado, y congelado… pienso que puedo sufrir una hipotermia. El viento y una fina lluvia penetran en mis huesos, y trato de avanzar por entre las rocas balanceando exageradamente los brazos para proporcionar más calor a mi cuerpo. En alguna ocasión llego a preguntarme por qué motivo no aparece ningún miembro de la Organización a obligarme abandonar; porque yo no lo voy a hacer por mi voluntad, pero casi llego a desear que me lo impongan.

Además, aprecio cierto peligro subjetivo –en mis condiciones- en esos caminos de piedra, a cuyos lados hay en ocasiones importantes caídas, y que estoy tratando de seguir medio dormido y casi congelado. De vez en cuando pierdo el equilibrio, por el cansancio o por el sueño, con riesgo de carme hacia un lateral; ni que decir tiene que, en tal estado, no me es fácil encontrar las balizas y seguir el camino. En todo caso, aún en mi estado, consigo darme cuenta de que siempre hay un miembro de la Organización cerca, incluso me planteo si han dado instrucciones a alguno para que me siga por si tengo algún problema, ante mi pésimo estado. Tengo que añadir que, a estas alturas de ultra-trail, mi cabeza empieza a no funcionar demasiado bien…

Tras superar el collado de Andraitz el camino se hace descendente de forma casi constante, llegando por las laderas del Aizkorri al kilómetro 148, Oazurtza, donde nos espera otro avituallamiento; son ya casi 42 horas de ultra las que llevo encima. Poco antes me he vuelto a juntar con David Joan e Inés. Entro con ellos en la tienda de la Organización medio congelado, y casi sin poder hablar; algo de comida, una silla, y un caldo hirviendo me ayudan a recuperarme, pero tan sólo el mínimo suficiente para continuar.

A partir de aquí el recorrido –quitando al principio, en un descenso con barro por un camino bastante irregular, en el que ya casi ni me molesto en evitar los charcos de barro, y meto directamente las zapatillas en ellos a veces hasta el tobillo- se hace más llevadero, si algo puede ser llevadero después de 150 km. Sin embargo, mi mente ha dejado de funcionar bien hace tiempo (la subida al Aizkorri), y cada vez lo noto más. Me cuesta pensar, y hasta articular palabras; para articular una frase entera de cierta coherencia tengo que hacer un gran esfuerzo. Me agarro a los otros dos corredores como a un clavo ardiendo, porque creo que si siguiera en solitario me desorientaría y no acabaría la prueba. En momentos no recuerdo ni siquiera qué es lo que tengo que hacer para llegar a meta; aunque parezca mentira, mi mente es incapaz de recordar que se trata de seguir las balizas puestas por la Organización.

Al menos, he entrado algo en calor al abandonar las alturas del Aizkorri. En contraprestación, el tobillo derecho cada vez me va peor, y es que al final de la prueba terminaré con un esguince que me tendrá varias semanas en reposo, y que en esos momentos me impide correr rápido, aunque al menos si me deja –con el correspondiente dolor- correr despacio, o marchar a buena velocidad.

Llegamos a Mutiloa (km 158), último avituallamiento, y nuestros cálculos siguen siendo los mismos: si seguimos a ese ritmo, terminamos, aunque no nos podemos descuidar. Llevamos 44 horas y 21 minutos, y quedan poco más de tres horas para que cierren meta. Yo añado para mí mismo que no puedo quedarme solo; porque si sigo solo, en el estado mental en el que me encuentro, puedo desorientarme y no llegar a meta. De hecho, estoy tan mal que en Mutiloa no relleno la camel back de agua, a pesar del calor que hace (son las horas centrales del tercer día).

El último tramo se me hace interminable. Pienso que la Organización nos ha “vacilado” con las distancias, es imposible que esto dure tanto... Una nueva subida hasta Españolamendi, y a partir de ahí pista y más pista; me da la impresión de que pasamos por el mismo sitio varias veces, que estamos dando vueltas en círculo. En teoría teníamos que haber llegado a la entrada a Beasain hace tiempo, pero parece que han multiplicado por dos los 10 kilómetros que nos faltaban desde Mutiloa. Creo que empiezo a decir barbaridades en voz alta, a decir que algo pasa, que esto no es posible…

Sin embargo, y a pesar de que en más de una ocasión pensé que ese momento no iba a llegar; a pesar de las veces que me pregunté por qué la Organización no me obligaba a abandonar; a pesar de que me llegué a imaginar con una hipotermia evacuado del Aizkorri, o hundido hasta el cuello en el barro del hayedo camino a Etxegarate… a pesar de todo ello, entramos en Beasain. No vamos a entrar directamente a meta, no, sino que aún nos queda el último kilómetro por el pueblo, pero eso ya no importa. Vamos a terminar, y vamos a terminar en tiempo, incluso de sobra.

Cruzamos el pueblo, pasamos por la zona donde casi tres días antes nos habían dado la bolsa del corredor; gente aplaudiendo, animándo… ¡es nuestra entrada triunfal! En esos momentos no puede uno pensar en nada: una sensación de incredulidad y de alegría te embarga, recuerdas todo lo mal que lo has pasado, pero ya no importa, sólo importa que vas a ganar la prueba, porque aunque no llegues el primero, terminarla es ya ganarla…

Al poco vemos la meta; ¡cómo no, una última subida hasta ella! y… ¡por fin!, llegamos a esa ansiada meta y pasamos control. Entro totalmente grogui, como he ido toda la parte final de la prueba; pero, por fin, ahora puedo gritar… ¡¡soy finalista de la Ehunmilak!!



EPÍLOGO

En la meta me encuentro –qué raro- a Edu, que ha llegado 22 minutos antes. Le digo: “joder, ¡¡es que no había ni un llano!!”, a lo que se ríe. Me conjuro vagamente para no volver a afrontar una prueba así sin haber dormido bien la noche anterior, y a no volver a escatimar material; otra cosa será poder entrenar lo suficiente, o tener la posibilidad de conocer el terreno previamente, aunque mi mente no me da en esos momentos para pensar mucho más sobre ello. Ahora mismo todo es euforia, alegría, nos abrazamos… ¡somos Finisher! De la meta nos vamos a trasladar al polideportivo, donde comeremos, nos darán un masaje, y nos curarán.

Reemprendo mi vuelta esa misma noche con un esguince en el tobillo derecho, multitud de ampollas, dolores por todo el cuerpo, y mucho, mucho, mucho sueño… aunque esta vez os aseguro que sí dormí del tirón en el autocar sin problema. Ah; y regreso también con un chaleco con el logo y nombre de “Ehunmilak Ultratrail” que me han dado en la meta, en cuya parte trasera se lee en letras mayúsculas: “FINISHER 2011”.